Este artículo está dedicado a Jorge Marchini
Como de costumbre, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
repite que mantendrá la ocupación militar de Haití porque debe actuar
“en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de
agresión”.
¿A quién amenaza Haití? ¿A quién agrede?
¿Por qué Haití sigue siendo un país ocupado? ¿Un país condenado
a vigilancia perpetua? ¿Obligado a seguir expiando el pecado de su
libertad, que humilló a Napoleón Bonaparte y ofendió a toda Europa?
¿Será por aquello que los esclavistas brasileños llamaban “haitianismo”
en el siglo XIX? ¿El peligroso contagio de sus costumbres de dignidad y
su vocación de libertad? ¿El primer país que se liberó de la esclavitud
en el mundo, el primer país libre, de veras libre, en las Américas,
sigue siendo una amenaza?
¿O será porque ésa es la normalidad
impuesta por un mundo devoto de la religión de las armas, que destina la
mitad de sus recursos al exterminio del prójimo, llamando gastos
militares a los gastos criminales?
Las Naciones Unidas gastan 676
millones de dólares en la ocupación militar de Haití. Una millonada para
sostener a diez mil soldados, que no tienen más mérito que haber
infectado al país con el cólera que mató a miles de haitianos y seguir
practicando impunemente violaciones y maltratos a mujeres y niños.
¿No sería mejor destinar ese dineral a la educación? Más de la mitad de
los niños haitianos no va a la escuela. ¿Por qué? Porque no pueden
pagarla. Casi toda la educación primaria es privada y el Banco Mundial
veta los subsidios a la educación pública y gratuita.
¿O no se
podría destinar esa fortuna a casas habitables para las más de
trescientas mil víctimas del terremoto, que siguen viviendo en carpas
provisorias? ¿Provisorias por siempre jamás?
¿O consagrar esos
fondos multinacionales a mejorar la salud pública, que todavía depende
de la milagrosa solidaridad entre los vecinos de cada barrio y cada
pueblo? Afortunadamente, esas tradiciones comunitarias de ayuda mutua
siguen generando la misma energía creadora que ilumina las prodigiosas
esculturas y pinturas de los artistas haitianos, capaces de convertir la
basura en hermosura, pero mucho podrían mejorar si se destinaran a
fines civiles los derroches militares